LA TARJETA POSTAL: MUJERES DE MAR.

Hola a todos.

Recientemente, les hicimos un pequeño homenaje con nuestras postales ilustradas a los hombres del mar pero, ya lo reconozco aquí, estaba incompleto. Porque ellos sin el complemento de sus amantes compañeras pierden muchos enteros, la verdad. Es de justicia completar aquel artículo con el de hoy.

LA TARJETA POSTAL: MUJERES DE MAR.

“Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el mar”. Khalil Gibran (poeta libanés).

Y las mujeres de mar, desde luego, son las que más saben de mar y de lágrimas.

El regreso del trabajo.

El regreso del trabajo.

Hoy día, el papel de las mujeres en general dentro de nuestras sociedades desarrolladas no tiene nada que ver con el que tenía hace tan sólo unas décadas. Hoy las mujeres son mucho más independientes, respetadas, preparadas, decididas y, en general, mucho más libres. Y todo ello gracias a su propia lucha y sacrificios personales por la igualdad de género, por obtener una mayor estima y consideración por parte de la sociedad civil que, hay que reconocerlo, históricamente siempre ha pecado de una fuerte inclinación machista. En fin, que aunque todavía no hemos llegado al punto idóneo deseado en cuanto a igualdad se refiere y todavía hay mucho camino por recorrer y luchas en las que porfiar, hoy las chicas sólo puedes suspirar aliviadas al recordar tan solo las duras condiciones sociales de la vida de sus abuelas.

Echando una mano.

Echando una mano.

En otros tiempos, ya hemos dicho no muy lejanos, la mujer tenía un papel mucho más humilde, callado y relegado en la sociedad. Eran, casi en su totalidad, esposas atadas al destino de sus maridos y madres cargadas, casi en exclusividad, con la crianza de sus muchos hijos (porque solían ser muchos, la verdad). Así, con esta simpleza de argumentos, los padres solían aconsejar a sus hijas que fueran muy cuidadosas en la elección de su futuro esposo, pues del acierto o error de su elección iba a depender en gran parte la felicidad de toda su vida. Claro que luego actúan los cupidos de turno con sus flechas traicioneras y, pues eso, que unas aciertas y otras no.  Esto viene a cuento por lo que voy a decir a continuación.

Ya vuelve papá

Ya vuelve papá

Elegir a un pescador o  a un marino por esposos no era, ni mucho menos, una elección fácil ni cómoda. Estos oficios del mar no son de los de rápido enriquecimiento y meteórica ascensión social (bueno, excepto el de pirata; pero es un oficio muy mal visto, en claro declive y con muy poco futuro). Cualquier otro gallardo joven con otras expectativas de futuro, por ejemplo, un político, un abogado, un comerciante, en fin, casi cualquiera vamos, hubiera sido una elección mucho más sensata y comprendida. Los honrados hombres de mar aspiran, en su mayor parte, a un humilde jornal (casi siempre más escaso que holgado), embarcan sin fecha de regreso, un amor en cada puerto (que ojos que no ven…), escriben poco y, sobre todo, que la esposa de marino o pescador siempre tiene el doble de papeletas que cualquiera otra en la lotería de las madres viudas, con todo el dramatismo familiar que conllevaba este estado civil hace tan sólo un siglo. Deducción: las mujeres del mar, todas sin excepciones, se casan sinceramente enamoradas hasta las trancas, vamos. Pienso que las lindas y apetecibles chicas que fueran un poco calculadoras e interesadas harían valer su palmito para cazar pretendientes más acicalados y prometedores, ¿no?

Esperando el pescado fresco.

Esperando el pescado fresco.

Ahora bien, mirar con atención estas preciosas postales ilustradas que ahora compartimos y veréis con simpatía lo que ellas nos muestran con belleza y sencillez. Ahí están, esas autenticas mujeres del mar, entregadas en cuerpo y alma a sus maridos e hijos, sacrificándose en la crianza y echando una mano en las duras tareas marineras hasta la extenuación, sufriendo lo indecible por cada temporal y mirando el esperanzador horizonte del mar hasta dolerles los ojos. Y todo por qué: por amor, incondicional e impagable. Estas son mujeres de verdad, sencillas y cristalinas, que no necesitan vestidos lujosos ni joyas ni adorno añadido alguno para irradiar su grandeza humana. Siempre bellas, por fuera y por dentro, haciendo valer su carácter, su entrega, su sinceridad espontánea, su gran corazón, en suma, su amor verdadero. ¿Qué hombre sería capaz de despreciar y no querer a estas compañeras a su lado en este valle de lágrimas que es vuestra corta vida? sólo los más estúpidos e insensatos, pienso.

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