Hola a todos.
Nuestras postales, hoy, nos ayudarán a reflexionar sobre una cuestión ineludible a los seres humanos.
LA TARJETA POSTAL: EL PROGRESO.
“El progreso no consiste en aniquilar hoy el ayer, sino, al revés, en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud de crear ese hoy mejor”. José Ortega y Gasset. Filósofo y ensayista español (1883-1955).
Hoy día se habla de Progreso y de Progresistas, utilizándose este último término, en su conocida abreviación de “progres”, para definir de forma despectiva y con cierto desdén a los políticos de izquierdas, y sólo porque éstos acertaron con la ocurrencia del uso de este vocablo en su discurso político. Pero, a este duende, esto nos parece un error de gran simpleza, sólo justificado por las rivalidades políticas irreconciliables y los tremendos rencores y animadversiones personales que suscita el tema político. Porque, es incuestionable, progresistas somos todos. Otra cosa es, claro está, la forma de entender ese progreso. El afán de progresar es una cualidad inherente a la especie humana (y a los duendes) y que no ha dejado de producirse jamás. Así los humanos, en uso de su racionalidad, ha ido evolucionando desde la edad de piedra a la época cibernética y espacial de hoy día. A nosotros nos parece un salto de vértigo, que no se detiene y continua pero que, pese a lo que nos pueda parecer, no ha sido lineal ni perfecto, sino más bien a trompicones, con paradas de burro y arranques de caballo, y siempre de forma empírica. Es decir, en la mayoría de las ocasiones, corrigiendo errores (de ahí la famosa frase de “los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla”, o la de Ortega y Gasset con la que hemos comenzado hoy).
Muchos suelen decir que la ambición personal mueve al mundo. Pero también es verdad que la ambición desmedida de algunas personas, que suele caer con mucha frecuencia en la codicia, está vacía de toda ética y es un gran obstáculo para un progreso bien entendido y racional. Y, por desgracia, tenemos muchos ejemplos en nuestras sociedades desarrolladas que habría que corregir en algún momento pues su persistencia es un manifiesto error irracional que obstruye el buen progreso. Pongamos algunos ejemplos que ahora se me ocurren y vosotros me diréis si a eso se le podrá llamar progreso.
Empecemos por los alimentos. Hay un afán mercantilista irracional en nuestras sociedades capitalistas que nos lleva a perder algunas esencias de la buena vida en beneficio de unos pocos que buscan una riqueza rápida y avariciosa. Las frutas, los tomates, los yogures, por citas algunos ejemplos, ya no saben como siempre. La fruta del tiempo ya no es “del tiempo”, se conserva en cámaras frigoríficas y se nos ofrece en los mercados casi todo el año con una merma considerable de gusto y calidad. Eso sí, hay productos “ecológicos” que sí respetan los tiempos naturales y que son cultivados con esmerado cuidado y cariño, como antaño, con lo que tienen garantizado su sabor particular y exquisito gusto, pero… ¡hay que pagar más! Existe ese yogur en embase de cristal que tiene “el sabor de siempre”, pero… ¡Es más caro! ¡Pero, bueno! ¡Será posible! Por qué y qué justifica que en algún momento del pasado se perdiera esa ética productiva, ese sabor de siempre para ahora tener que recuperarlo más caro: sólo la avaricia y el negocio depredador de Los Mercados, pienso (siendo “Los Mercados” una entidad ambigua y, ¡vaya por Dios!, nunca personas con nombre y apellido). ¿No es esto avaricia pura y lisa que todos, la sociedad en su conjunto, terminamos de forma resignada por aceptar como normal? Luego están las políticas mercantilistas de mantenimientos de precios de mercado que supone en ocasiones practicas vergonzosas de ¡destrucción de cosechas enteras! ¡Ingente trabajos agrícolas y alimentos desperdiciados en aras del rendimiento mercantil! Sin ningún rubor ni vergüenza, ni Estado u organismo que lo impida, en base a una ¡Libertad comercial! ¿Es esto progreso?
Pasemos ahora a las tecnologías. Hoy día vivimos una época de extraordinarias posibilidades de comunicación, no siendo las menos importantes el teléfono y la red de Internet. Éstos son considerados como progresos magníficos para el hombre. Gracias a ellos el mundo es hoy mucho más pequeño y todos estamos más cerca y unidos, con lo que nuestras posibilidades de ayudarnos y colaborar son inconmensurablemente mayores y, en consecuencia, mejoramos de forma incuestionable nuestra calidad de vida: pedimos ayuda tan pronto la necesitamos desde casi cualquier lugar, nos informamos mejor, nos relacionamos mejor, estudiamos mejor, se nos diagnostica mejor y un largo etcétera de mejores. Pero, mira tú por dónde, hay empresas que hacen negoció de forma obscena con nuestros datos personales sin pedir ningún permiso ni sin que nadie les ponga coto. Así, se nos cuelan impertinentes, y en ocasiones maleducados, comerciales en nuestros hogares, por nuestro teléfono particular, a casi cualquier hora del día o del anochecer (pues la llamadas vienen de empresas subcontratadas lejanas, allende los mares, y, parece, que el horario no tiene mucha importancia para ellos, vamos), y con tremenda desconsideración, desfachatez e impunidad invaden nuestra intimidad. En su afán vendedor nos ofrecen todo tipo de “insuperables contratos”, para volver a llamarnos en nombre de otra empresa competidora unos días más tarde con una nueva insuperable oferta. Estamos en la ducha y suena el teléfono, estamos durmiendo la siesta y suena el teléfono, estamos viendo nuestro programa preferido y suela el teléfono. No sé qué listo ganara dinero explotando a estos chicos y chicas encadenados a píe del teléfono pero, en mi particular opinión, me parece que es indecente e intolerable este agobiante proselitismo comercial. Y algo parecido ocurre en la Red donde virus, Spam y todo tipo de indeseables intrusos proliferan que dan gusto, y que han tenido como consecuencia la creación de grandes y millonarias empresas de programas Antivirus que no tendría ninguna razón de ser sin aquellos graciosos intrusos. ¿Es todo esto progreso?
Por último, el tema urbanístico. Aquí en España recientemente ha estallado una Burbuja Inmobiliaria. Bueno, a algún político espabilado, engominado y tremendamente ambicioso se le ocurrió que iban a hacer del sureste de España “la Florida de Europa”, anhelando y profetizando un enriquecimiento y un bienestar rápido y seguro, parecido al de ese sureño estado norteamericano. De inmediato proliferaron los agentes urbanizadores, las expropiaciones urbanísticas (en algunos casos denunciadas ante los tribunales europeos por maniobras ilegales), las empresas constructoras, las contratas y subcontratas y un sembrado de grúas de obra por todo el litoral español, más abundantes que un plantel de champiñones. Se crearon o solicitaron licencias para campos de golf, con su urbanización residencial anexa, hasta en los páramos más secos y en los pueblos más minúsculos. En suma, se extendió una irracional fiebre del oro-ladrillo como nunca se había visto ni creo que se vuelva ver. No había que saber mucho de economía para intuir que, al primer síntoma de recesión, llegaría la mencionada explosión de la Burbuja Inmobiliaria. Y, nos preguntaremos, ¿no hubo ningún estado, comunidad ni organismo que mantuviera la sensatez intacta y no sucumbiera a la avaricia y el desenfreno urbanizador? Pues ya podéis ver hoy día el resultado y el nivel de nuestros regidores: Algunos pocos privilegiados que se enriquecieron de forma rápida y luego… cientos de trabajadores emigrantes que acudieron a la fiebre del ladrillo y que ahora vuelven a miles a sus países de origen, en algunos caso con alguna subvención estatal de ayuda para este forzado regreso, casi todos ellos desencantados de su experiencia emigradora. Miles, cientos de miles, de buenos profesionales con experiencia y conocimientos que ahora están desperdiciados sus últimos años productivos en las listas del paro y que son una carga para las arcas del Estado. Y, millonarios, calculadores pero torpes y avariciosos, que, por lo que se ve, formaron parte de ineptos consejos de administración de bancos que, con su pésima y politizada gestión, han conseguido el vergonzoso honor de provocar la caída en bancarrota de algunas entidades financieras y obligado al Estado a proceder a su rescate con el dinero público de todos los ciudadanos. ¿Es progreso todo esto?
Bueno, con lo hasta aquí dicho quería hacer ver que el progreso no es ni lineal ni perfecto, porque este asunto es obra de la individualidad de las personas y, si las personas siguen dejándose dominar por sus instintos más básicos y primitivos y no tienen una mayor amplitud de mira, más Humanística y honesta, el progreso también será siempre imperfecto, mediocre y con altibajos. Pero, aunque he mencionado algunos asuntos puntuales, que nadie crea que habría terminado con los posibles tachones a mencionar, pues hay otros muchos aspectos que hubiéramos podido apuntar como piedras entorpecedoras y absurdas en el camino del progreso humano, me refiero a: Hiroshima y Nagasaki y las armas de destrucción masiva en general, los drones de asesinatos selectivos y sus inmorales y vergonzosas víctimas colaterales (y mucho más desde el punto de vista del Honor Militar, ¿no?), las guerras imperialistas en general, el terrorismo nacionalista, Guantánamo, la pena de muerte, la marginación de las minorías o Apartheid, la explotación del tercer mundo por el primer mundo, y tantas y tantas injusticias absurdas que siempre ensombrecen cualquier progreso, pasado y presente, y que, a los duendes, nos entristecen sobremanera y, por momentos, nos hacen perder la esperanza en el género humano.
Pero el progreso bien entendido también existe y, gracias a los dioses, ha existido siempre. Existen en las personas trabajadoras y honradas que siempre nos han dejado su esfuerzo y trabajo de forma honesta y con una entrega humana que iba más allá de la simple obligación laboral (ahora recuerdo una frase que dice: “el buen profesional siempre da más de lo que cobra”, pues a eso me refiero). Mencionaremos a algunos que se nos ocurre y que, todos ellos, nos despiertan gran admiración y merecen nuestra imperecedera gratitud: estadistas de gran talla que han quedado para el recuerdo y como ejemplos a seguir: Mahatma Gandhi (1869-1948) o Nelson Mandela (1918- ), por ejemplo. Astrónomos, investigadores y sabios, entregados en cuerpo y alma a sus descubrimientos: Nicolás Copérnico (1473-1543), Johannes Kepler (1571-1630), Charles Darwin (1809-1882), Louis Pasteur (1822-1895), Albert Einsten (1879-1955), Alexander Fleming (1881-1955), Manuel Patarroyo (1946- ), Pierre y Marie Curie (1859-1906; 1867-1934), Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) o Severo Ochoa (1905-1993). Geógrafos, exploradores o marinos, que arriesgaron sus vidas, su hacienda o su prestigio por hacer más grande y conocido nuestro mundo: Américo Vespucio (1454-1512), Cristóbal Colón (1456-1506), Vasco de Gama (1460-1524), Jorge Juan y Santacilia (1713-1773), James Cook (1728-1779) o Roald Amundsen (1872-1928). Pensadores y filósofos que nos cambiaron la forma de ver y entender la vida: René Descartes (1596-1650), Jean Jacques Rousseau (1712-1778), Immanuel Kant (1724-1804), Georg w. Friedrich Hegel (1770-1831), Miguel de Unamuno (1864-1936), Ortega y Gasset (1883-1955), Bertrand Russel (1872-1970), José de Sousa Saramago (1922-2010) o José Luis Sampedro (1917-2013) . Hay muchas otras destacadas y buenas personas en otros campos del saber y las humanidades que con su entregan han contribuido de manera clara y decisiva al progreso de la humanidad, pero la lista se haría demasiado extensa y con estos notorios nombres ya sabéis a qué me quiero referir.
Como reflexión final diré que, en la opinión de este humilde duende, el único progreso válido es el que procede del esfuerzo personal y a título individual, del sacrificio y entrega de cada uno de nosotros en nuestras labores y vocaciones, intentando hacer nuestro trabajo diario lo mejor posible que sepamos y de la forma más honesta que podamos, sin renunciar a nuestros ideales ni, en la medida de lo posible, a nuestros pequeños o grandes sueños. No esperemos nunca nada de los falsos tutores políticos (para los que, según palabras del magnífico escritor Eduardo Mendoza, su única ética es la eficacia hacia su partido o hacia su propia persona) ni de las instituciones protectoras (que hoy sí pero mañana quién sabe: resignación, resignación, resignación) ni de los salvapatrias de turno (a este duende… ¡ni caso, coño!). Porque, pienso, que la verdadera revolución está en cada uno de nosotros, manteniéndonos fieles a nuestros ideales y a nuestra conciencia, usando siempre la razón y la ética heredada de nuestros antepasados que, al fin y al cabo, es lo que nos hace ser lo que somos, la última y más perfecta evolución de todas las especies conocidas: Homo Sapiens (o Duende Sapiens).
“El progreso es la realización de las utopías”. Oscar Wilde. Escritor y poeta irlandés (1854-1900).
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