MIS LECTURAS: GRAN SOL, de Ignacio Aldecoa (1925-1969).

Hola a todos.

Hoy queremos ofreceros un comentario de texto muy marinero, realista y emocionante. Y claro, con esta temática no puede ser de otra forma, os reconocemos que proviene de nuestros buenos amigos del Pecio Alegre de Camariñas que, como en otras ocasiones, tiene la gentileza de permitirnos su reedición en nuestro blog de Ávalon. Seguro estoy que os gustará.

MIS LECTURAS: GRAN SOL, de Ignacio Aldecoa (1925-1969).

«En la bitácora habita el duende caprichoso de los rumbos que no se ajusta más que a la llamada de los polos. Danza, danza y danza más. Nada arriba, nada abajo. Salta como los delfines, vuela como los albatros; duerme con los ojos bien abiertos, vela con los ojos cerrados; se mece emperezado, corta paralelos, brinca meridianos. En el carrusel de la rosa de los vientos, de los rumbos, en la rosa náutica, en la aguja, habita el duende de la inquietud del Hombre.”  De Gran Sol.

Valoraremos siempre como se merece a la buena literatura marinera.

Valoraremos siempre como se merece a la buena literatura marinera.

Como ya sabéis en nuestra amena tertulia tabernera tratamos de todos los temas y de todas las cuestiones. Hablamos, siempre con respeto y mesura, de lo pagano y lo divino, de los trivial y lo sublime, de la cultura y las artes, de lo real y de lo imaginado. Nos divierte sentirnos libres e imaginativos, sin censuras ni autocensuras, con debates y discusiones, pero siempre se pretende que con respeto, tolerancia y sensatez. Y, como no podía ser de otra manera, la buena literatura y la buena poesía siempre están presentes en nuestras veladas. La persona que nos sirve de moderador y animador en estos asuntos es un viejo maestro de escuela jubilado: Don Xusto Ocampos. De estatura media y peso controlado, gasfapasta muy apropiadas, entrado en canas y siempre cubierto con discreta boina. Vamos que podéis imaginaros al entrañable maestro de escuela interpretado por el buen actor Fernando Fernán Gómez en la película La lengua de las Mariposas. Le tira un aires, sí, sólo que con gafas más notorias y boina en vez de sombrero. Xusto Ocampos es y ha sido toda su vida un lector empedernido y codicioso (siendo ésta una codicia más que deseable y tolerada, claro). Todos los campos de la buena lectura y de la más dulce lírica han sido objeto de su atención y, en algunos casos puntuales, hasta de su entregado estudio.

Hombres de mar, hombres de acero.

Hombres de mar, hombres de acero.

Ni que decir tiene que todos nosotros le guardamos un gran respeto y consideración y que todas sus recomendaciones son escuchadas con sumo agrado y atención. Pero esto no es nada sorprendente pues, habiendo sido el maestro de Camariñas durante buena parte de su carrera docente, cuenta con el cariño y respeto de varias generaciones ya de agradecidos alumnos. Aunque tal vez nadie le guarde tanto cariño y respeto como se lo tiene nuestro camarero y amigo Nuno, pues como él suele decir: “Don Xusto es la persona más culta que he conocido en toda mi vida. Parece atesorar toda la sabiduría y conocimientos encerrado en la inabarcable Espasa Calpe”. Nosotros, sin llegar a estas exageraciones cariñosas, si le tenemos todo el respeto que se merece como buena persona y bien intencionado intelectual de pueblo pequeño (hay que puntualizar esto último, para curarnos en salud, que nunca se sabe ni siempre se acierta). Y con esto a nosotros ya nos sirve y basta para escucharle con cariño y extremada atención todas sus propuestas y recomendaciones, que siempre han sido bastante acertadas y, cuanto menos, distraídas, enriquecedoras y muy aleccionadoras. Bueno, para comenzar con sus recomendaciones ha escogido un libro muy hermoso y marinero como se nos antoja hay pocos.

Portada.

Portada.

Gran Sol.

De Ignacio Aldecoa (1925-1969).

Primera edición del año 1957.

Novela Social y Neorrealismo.

Premio de la Crítica del año 1958.

Lectura en edición de Clásicos del siglo XX, del diario EL PAÍS. Año 2003.

Diseño de la colección: Manuel Estrada.

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Ignacio Aldecoa.

Ignacio Aldecoa.

Ignacio Aldecoa Isasi (1925-1969) fue, en la década de los cincuenta del siglo pasado, junto a escritores de la talla de Jesús Fernández Santos (1926-1988), Rafael Sánchez Ferlosio (1926- ) o Alfonso Sastre (1926- ), uno de los más destacados escritores y poetas de la conocida como Generación del Medio Siglo, dentro de la literatura española. Todos ellos escribieron, siempre dentro de los límites impuestos por aquella época gris, una literatura social y comprometida, con una estética conocida como el Neorrealismo, cuyo foco de influencia procedía de Italia y del nuevo periodismo norteamericano. Se casó con la también escritora Josefina Aldecoa (Josefa Rodríguez Álvarez; heredó el apellido del marido después la muerte prematura de Ignacio Aldecoa, a los 44 años, por una ulcera sangrante que no se cuidaba). Y esta extraordinaria novela que hoy recomendamos es una clara muestra de ese neorrealismo comprometido y social. La novela se plantea con una técnica narrativa directa, precisa, de vocabulario muy marinero y sectorial pero a su vez muy claro y comprensivo, todo ellos valiéndose y centrándose en un claro protagonismo colectivo de toda una tripulación completa de rudos y curtidos pescadores cántabros de altura.

Zonas de pesca en los caladeros del Gran Sol.

Zonas de pesca en los caladeros del Gran Sol.

El libro comienza con una breve nota preliminar que ahora reproducimos por su importancia e idoneidad.

“Del noroeste al sur de Irlanda, en el océano Atlántico, se extiende una zona de fondos placerados ricos en pesca. El centro de esta zona es un banco que en las cartas de navegación inglesas se denomina Great Sole y en las francesas Grand Sole. Las tripulaciones cantábricas de la pesca de altura lo llaman Gran Sol.

Dedico esta novela a los hombres que trabajan en la carrera de los bancos de pesca entre los grados 48 y 56 de latitud norte, 6 y 14 de longitud oeste, Mar del Gran Sol”.

Recogida del aparejo y fuerte marejada.

Recogida del aparejo y fuerte marejada.

Si el estadounidense Herman Melville 81819-1891) escribió una inolvidable novela marinera, la ya clásica Moby Dick (1958), con asombrosa realidad y precisos conocimientos marinos porque en su juventud se había enrolado en buques balleneros (ya hablaremos de esta estupenda novela en otra ocasión), nuestro Ignacio Aldecoa hizo lo propio y se embarcó en buques arrastreros del Gran Sol durante varias semanas para documentarse y vivir todas las experiencias que le permitieran terminar escribiendo esta magnífica y hermosa novela con todo el realismo, la fuerza y la cercanía que la obra requería. El lector tiene que afrontar la novela con paciencia y tranquilidad y, no vendría nada mal, con un diccionario a mano, pues son muchos los términos marineros, la jerga del oficio, con los que se va a tener que enfrentar: espardeles, selguera, malleta, salabardo, trancanil, arfar, cabrestante, etc. Pero, una vez se le coge el hilo del argumento, el enriquecimiento, la distracción y el goce literario están asegurados. Nos sentiremos un marinero más de la tripulación en las faenas de pesca y navegación. Eso sí, un marinero seco y relajado en el cómodo y plácido sillón de nuestro salón o en un soleado banco del parque, que muchos, entre ellos este duende, no estamos para aventuras en imprevisibles mares tormentosos.

Arfaba mucho el barco en el fuerte temporal.

Arfaba mucho el barco en el fuerte temporal.

Nuestra expedición a la pesca del bonito del norte, hacia los caladeros del Gran Sol, se hará a bordo del Aril, “pareja” del Uro. Ambos, buques arrastreros de la flota del Cantábrico que, partiendo del puerto de Gijón y después de una pequeña escala en el puerto del Musel para repostar hielo, inician una nueva travesía pesquera que durará aproximadamente unas cinco o seis semanas; una para ir y otra para volver, tres o cuatro para faenar y llenar las bodegas con la preciada carga atunera. En el primer capítulo del libro, y en una sucesión de escenas, se nos va a ir presentado a toda la tripulación del Aril. Vendría bien coger ahora una hoja e ir apuntado los nombres de todos ellos; son unos trece tripulantes y, puesto que el lector será el decimocuarto marinero durante toda la travesía, pues eso, viene muy bien quedarse con sus nombres y procedencias para ir conociéndolos lo antes posible.

Hombres de mar: tripulaciones del Gran Sol.

Hombres de mar: tripulaciones del Gran Sol.

Pero aquí, en esta maravillosa novela, no nos vamos a encontrar a un único protagonista ni a superhéroes ni a repeinados personajes de película. Todos los marineros son protagonistas, todos son personas normales y corrientes, honrados trabajadores de la mar que sólo desean ganarse el jornal honestamente y tener un viaje tranquilo y provechoso. Desde los capitanes de pesca y costa hasta el último marino, pasando por los maquinistas o el viejo cocinero, todos se quejan, todos trabajan duro, comparten fatigas y distracciones, o sueñan despiertos y en voz alta. Así de sencillo. Y eso sí, el lector va a compartir con todos ellos sus penurias, sus temores, sus esfuerzos, sus sueños y peligros, y también sus ocasionales juergas etílicas en las amigas tabernas marineras de los refugios portuarios de las costas de la verde Irlanda.

Con el deber cumplido y... ¡el jornal ganado!

Con el deber cumplido y… ¡el jornal ganado!

Un buque arrastrero, al lego de tierra adentro, le puede parecer una nave grande y hasta espaciosa, pero no es así. En el Aril (también en el Uro, y en cualquier otro barco de pesca) todo está tasado. Todo espacio y mamparo tiene su provecho y ocupación, igual que todo marinero tiene sus tareas y guardias. El ocio y el derroche no están bien visto nunca en la flota del Gran Sol. Los sollados o ranchos de los dormitorios  de la tripulación (son dos, uno a proa y otro a popa), son espacios estrechos, incómodos, húmedos y malolientes; mejor reproducimos un extracto esclarecedor de la narración: “En el rancho olía mal: humo de tabaco, ropa húmeda, gasoil; estabulada humanidad en poco espacio”. Luego tenemos las inclemencias de la mar: marejadas, fuerte marejada, mar gruesa, mar arbolada, y ya nos os cuento más. Resumiendo, este es un oficio duro como ningún otro, peligroso en todo momento y, en la mayoría de los casos, mal pagado y poco considerado. Sólo por eso se merecen nuestra sincera admiración y nuestro mayor respeto.

Un día como otro cualquiera en el Gran Sol.

Un día como otro cualquiera en el Gran Sol.

Y esa puntual falta de consideración mencionada es una enorme injusticia que este libro intenta brillantemente mitigar, y lo consigue en buena medida. Pues su lectura nos ofrece un realismo que sobrecoge y emociona, a la vez que dignifica y engrandece la figura de los pescadores de altura que desde siempre se han venido jugando la vida en las temidas aguas del Gran Sol. Pues, como bien sabe nuestro querido camarada Celso Quiroga, marino gallego (o lo que es lo mismo, buen marino), a los hombres del Gran Sol hay que darles de comer a parte. Honremos a todos ellos, a los de ahora y a los que ya no están, con una lectura profunda, respetuosa y entregada de esta maravillosa novela, pues ella les hace justicia como ninguna otra que se pueda haber escrito sobre el Gran Sol. Su hermosa prosa ennoblece a los duros hombres de mar que allí faenan hasta el agotamiento y la extenuación. Todos ellos no se merecen menos. Aunque este viejo lobo de mar es un agnóstico convencido y reconocido, permitirme gritar con respeto y sinceridad y en homenaje a todos estos marinos del Cantábrico: ¡Salve, Virgen del Carmen, protege y ampara por siempre a los buques y hombres del Gran Sol!

 “Nunca hay buen tiempo en Gran Sol, lo hay menos malo”. Celso Quiroga, viejo marino del buque arrastrero Aril.

Una buena selguera de bonito en Gran Sol.

Una buena selguera de bonito en Gran Sol.

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