Hola a todos.
Hoy, con el pretexto de nuestras tarjetas postales, vamos a reflexionar un poco sobre un tema fundamental en nuestras sociedades democráticas y “avanzadas” (enseguida entenderéis las comillas), aunque para ello, en esta ocasión y porque está muy justificado, nos atrevamos a mostraros algunas tarjetas que no tienen nada de bellas.
LA TARJETA POSTAL: LA JUSTICIA.
“Sólo el tiempo puede revelarnos al hombre justo; al perverso se le puede conocer en un solo día”. Sófocles, poeta trágico griego (495 – 406 a.c.).
Si miramos la definición de “Justicia” en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española podremos comprobar que tenemos más de diez posibles definiciones o usos del término. Pero aquí nos queremos referir al más utilizado y significativo de todos ellos: el equivalente a LEY.
Este vocablo es utilizado por los humanos principalmente en un ámbito Social. Es decir, Robinson Crusoe, en su isla desierta y como consecuencia típica de la soledad prolongada, que lleva implícita una cierta abstracción mental y también una casi segura humanización de objetos o materias (y ahora recuerdo la buena película protagonizada por Tom Hanks y dirigida por Robert Zemeckis, Náufrago – del año 2000-, donde el protagonista llega a arriesgar su vida por un… ¡compañero-balón!), pues eso, Robinson sólo podría reclamar Justicia de forma metafórica o abstracta. Podríamos oírle decir: “Qué injusto es este Sol abrasador”, “no es justa conmigo esta tormenta” o “no me merezco tu engaño, palmera”. Luego, donde esta palabra alcanzar realmente su verdadero sentido y significado es, sólo y exclusivamente, dentro de nuestra vida social, en el seno de nuestras Comunidades.
Los seres humanos (y los duendes), somos seres que desarrollamos nuestras existencias en sociedades. Pero, por otra parte, los humanos también poseéis una serie de atributos innatos que se oponen y dificultan esa sociabilidad necesaria: la codicia, la avaricia, la envidia, el rencor, el odio, la violencia y etcétera, etcétera. De esta manera, desde la noche de los tiempos, los hombres han tenido que darse normas (Leyes) que la comunidad debía de respetar y cumplir para hacer posible la convivencia y el progreso del grupo. Y así ha sido a través de toda la historia humana. Pero, claro está, la Justicia de los hombres también ha sufrido su propia imperfecta y accidentada evolución. Ni la Justicia en general, ni los juristas, ni las penas de hoy día tienen mucho que ver con la Justicia Divina del Faraón, la Ley de Babilonia, los penados de Roma o los regios tribunales y atroces torturas de la Edad Media (y nos quedamos aquí para no cansar).
Es evidente que el termino “Justicia” también tiene un punto intrínseco de relatividad. Así, lo justo, a lo largo de la historia, se ha ido adaptando a los intereses de regímenes sociales y de oligarquías más o menos poderosas e influyentes. Repasando la historia podríamos hablar de la Justicia del Rey, Justicia del Dogo, de la Inquisición, la Justicia del pirata y un largo etcétera. Intereses, en la mayoría de las ocasiones, contradictorios y opuestos, y que terminaban casi siempre justificando situaciones y actos que no tenían nada de justos (incluso, y siempre en nombre de la Justicia, la historia nos ofrece una buena dosis de execrables crímenes). Pero, a pesar de esa relatividad, podemos afirmar generalizando que aquel concepto de Justicia que imperaba en épocas remotas de la historia era una Ley mucho menos Humana, más atroz y bárbara que la aplicada hoy día. Se podría decir que estaba mucho más cerca de la irracional e inhumana Ley del Talión (el famoso “ojo por ojo”, que es un concepto de venganza más que de Justicia) que cualquier otra cosa. Con el lento progreso de la Humanidad en esta materia, y no sin haber conocido actuaciones y periodos de horribles y crueles espectáculos justicieros (nunca mejor dicho, pues en las plazas y patíbulos de medio mundo, para regocijo de un exaltado populacho, el castigo del reo se convirtió en una fiesta pública y una juerga macabra), y después de los avances progresivos del Renacimiento, la Ilustración y unas cuantas revoluciones populares, el concepto de Justicia cambio a formas más Humanistas. Del precepto inhumano y vengador del “Ojo por ojo” y del “castigo y exterminio”, los Ilustrados y Progresistas abogaban por ese otro sentir de entender la Ley mucho más digno y valiente: el “castigo y reinserción” o, lo que es lo mismo, dar valor a la vida por encima de todo, pues el verdadero y sustancial progreso humanístico de la Justicia está en la Abolición de la pena de Muerte.
Un horroroso ejemplo. El 5 de enero de 1757, Robert François Damiens (1715-1757), fanático religioso, atentó con un cuchillo contra la vida del Rey de Francia Luis XV; sólo le hizo heridas superficiales y nunca corrió peligro de muerte (Damiens siempre afirmó que su intención, más que asesinar al Rey, era la de asustarle). Damiens fue detenido en el acto y, después de sufrir las torturas pertinentes, fue condenado a ser ajusticiado públicamente. El día 28 de marzo de 1757 tuvo lugar este atroz acto en plaza pública muy concurrida. Empezaron pellizcándole con tenazas al rojo vivo los pezones de los pechos, los brazos, las pantorrillas y en el talón de Aquiles. Luego continuaron pellizcándole las manos, que habían sujetado el criminal cuchillo, sobre las que previamente le habían dejado caer azufre ardiendo y plomo fundido. A continuación rociaron todas sus heridas con aceite hirviendo. En este momento ataron cuatro caballos a sus extremidades y procedieron a descuartizarlo. La tortura duró 2 horas pero, dado la fuerte complexión física de Damiens, a las dos horas todavía esta entero, vivo y, lo que es peor, consciente. Las autoridades aprobaron el uso de dos caballos más en la ejecución. En este momento, y como medida piadosa, los verdugos y sus ayudantes fueron autorizados a corta los ligamentos de sus extremidades para terminar el suplicio del infeliz. Durante todo este macabro espectáculo la multitud rugía de placer y regocijo. Por último, el torso que quedo, según algunas fuentes, todavía con vida, fue arrojado a la hoguera y sus cenizas esparcidas al viento. Su mujer e hija, sus padres y sus hermanos, todos, fueron desterrados bajo amenaza de muerte si volvían. El resto de la familia Damiens se vio obligada a cambiar de apellido por temor a represalias. Y, lamentable y tristemente, este no ha sido el único ajusticiamiento por delitos de regicidas que nos ofrece la historia. Y ahora es el momento justo para recordar una frase célebre de Víctor Hugo, escritor francés (1802-1885): “La pena de muerte es signo peculiar de la barbarie”.
Y, decididamente, la pena de muerte tiene que desaparecer de la faz de la tierra. Los seres humanos, como sociedad, no pueden atribuirse en ningún caso, el Derecho a la vida. Éste, si se tiene fe, sólo puede pertenecer a Dios o, si se es agnóstico o ateo, a la persona misma, y nada más, otra cosa es una grandiosa ignominia producto de la supina arrogancia humana y de sus temores irracionales y vengativos. Como todos sabemos, hoy día, en la mayoría de las cárceles del mundo (incluso en la de los países más desarrollados y admirados) se paga más la pobreza y la desigualdad social que otra cosa. Se pagan, en muchas ocasiones, los errores y defectos de unas sociedades imperfectas y mal organizadas. Los delitos vienen mayormente propiciados por situaciones de marginalidad o injusticia social, y las prisiones se llenan de criminales y delincuentes que suele proceder de esos extractos marginales, a los que la sociedad capitalista y opulenta castiga y recluye para garantizar su propia seguridad y controlar ese porcentaje asumido de insumisos y desesperados transgresores. Por ejemplo, de todos es conocido que las estadísticas de las prisiones de los Estados Unidos en cuanto a población reclusa procedentes de los grupos minoritarios (negros, latinos o indios) es inmoral en comparación con las de blancos; y las mismas estadísticas de condenados de estas minorías a la pena capital, sencillamente, escandalosa por obscena, con el agravante moral de que a algunos de estos condenados se les ha reconocido enfermedades o problemas mentales graves.
Y luego tenemos la que creo es una de las grandes hipocresías de nuestros tiempos. Este duende es de la opinión de que afirmar en la actualidad que la justicia es igual para todos es rotundamente falso y todos lo sabemos. Vivimos, nos guste o no, en una sociedad capitalista donde lo que predomina y determinar la suerte de cada individuo es la riqueza y la posición social (ya se sabe, lo de siempre, tanto tienes, tanto vales). Quien disfruta de una posición social más acomodada, quienes tienen más dinero, tienen siempre, indudablemente, mejor Justicia. Es decir, mejores profesionales y mejores bufetes a su disposición. En nuestras sociedades se vende la buena capacidad de cada individuo al mejor postor y cada cual que se apañe como pueda ante la Ley. Pero, de verdad, alguien se atreve seriamente, algún abogado, fiscal o juez, hoy día a mantener que la Justicia es la misma para el peón que para un miembro del Gobierno o para el propio Rey. La verdad, no creo. Podrán seguir pintando a la justicia con bonitos colores y así tranquilizar algunas conciencias y actitudes, pero muchos, ante evidencias vitales innegables, me temo, vienen a esta vida con grandes defectos de tipo daltónico y se les antoja una Ley en blanco y negro o, por lo menos, bastante gris. Los seres humanos buscáis siempre vuestra propia conveniencia y la justicia se suele adaptar, ahora y siempre, a esos intereses personales o a otros generales de una sociedad en particular, pero no siempre a lo justo. Por poner un ejemplo: en las épocas coloniales, la Justicia del hombre blanco no tenía escrúpulos en dictar leyes diferentes para sí mismos y para los aborígenes subyugados y así crear todo tipo de Apartheid, ni en dejar morir de pena y hambre en prisión al pobre nativo que no podía entender ni comprender su lamentable nueva situación de privación de libertad, y siempre justificándose con variopintas y pintureras filosofías de tipo paternalistas o en designios, muy incomprensibles desde luego, de un Dios algo caprichoso e injusto que no tiene reparos, ante el dolor o las injustas desigualdades humanas, de exigiros continuamente resignación, estoica y desolada resignación espiritual. ¿Era esto justicia? o ¿era simplemente un flagrante abuso de autoridad y fuerza o, lo que es en mi opinión mucho peor, del Conocimiento? Es decir, nuevos abusos inhumanos, de minorías privilegiadas y oligarquías dominantes, sobre la inmensa mayoría del pueblo, como los contemplados y ya mencionados de épocas pasadas. Yo creo que, sin dudarlo, lo segundo y, tristemente, todavía hoy día los seres humanos no podéis afirmar que estáis libres del todo de aquellos injustos desmanes de ley.
En fin, en la opinión de este duende, es una manifiesta aberración anacrónica que en pleno siglo XXI todavía hayan países que apliquen la venganza social que supone la pena de muerte en sus sistemas de “Justicia” (en este caso entre comillas, claro). Países que siguen aplicando miserablemente su propia brutalidad para con el ser humano sin ningún rubor ni vergüenza. Y, como quiero ser muy explicito, ahí van algunos de ellos: Los Estados Unidos de América (en 32 de sus 50 estados), China, Irán, Japón, Arabia Saudí, Egipto o Jordania y la mayor parte de los países árabes, La India, Bielorrusia (único país de Europa que la mantiene), Cuba, Guayana, Jamaica, Irak o Pakistán, y otros muchos que harían esta lista siempre más extensa de lo nunca deseado ni, por supuesto, aceptable para cualquiera consciencia Humanística. Algunos de estos países, en su descargo, podrán decir que llevan años sin aplicar condenas de penas de muerte; bueno, en ese caso, mucho mejor, ¡Qué les cuesta entonces abolir de una vez por todas esa vergüenza penal de sus constituciones! ¡Hacerlo ya y dejaros de diplomáticos discursos y de excusas burocráticas que ya no sirven para nada ni a nadie!
Para acércanos a la justicia desde la buena literatura yo os recomendaría la novela A sangre Fría, de Truman Capote, de la que se han hecho muchas versiones en el cine pero yo destacaría la película del mismo título dirigida por Richard Brooks, del año 1967. También la novela de 1969 Papillon del francés Henri Charrière, sobre los presos en La Guayana francesa. De esta novela también hay una buena película del mismo título, Papillon, del año 1973, dirigida por Franklin J. Schaffner e interpretada por Steve McQueen y Dustin Hoffman en los principales papeles. Otras películas que tocan este desagradable asunto de los penados con dignidad pueden ser El Hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer con Burt Lancaster; Cadena perpetua (1994), de Frank Darabont, con Tim Robbins y Morgan Freeman; Pena de Muerte (1995), de Tim Robbins, con Susan Sarandon y Sean Penn; La milla verde, de Frank Darabont, con Tom Hanks (descarnado y atroz espectáculo de la silla eléctrica), o nuestra magnífica Celda 211, de Daniel Monzón, con Luis Tosar y Alberto Ammann.
Para terminar, con las postales de hoy quiero mostrar de forma gráfica lo ya dicho: que la Justicia, no hace mucho y lamentablemente todavía hoy día en algunos países, era un triste espectáculo de venganza y muerte y, por qué no decirlo, de claro sadismo colectivo y estatal y para nada un posible escarmiento que sirviera de ejemplo o de aviso amedrentador al futuro y presunto delincuente, quien, la mayoría de las ocasiones, sólo es un mero asombrado espectador y una figura pasiva en todo este montaje público de la pena de muerte. Al contemplar estas imágenes puede que alguno de vosotros sienta, como se suele decir, su sensibilidad temblar, pero, no me cabe ninguna duda, llegará un día en que nuestros descendientes igualmente se horrorizaran y sentirán herida sus sensibilidades al contemplar imágenes de corredores de la muerte, camillas de inyección letal, patíbulos de la agónica horca, decapitaciones y lapidaciones públicas o la sangre fría del tiro en la nuca. Algo muy común todavía en ese rescoldo bárbaro que forman esos países inhumanos e insensibles, que serán grandes potencias y marcaran estilos de vida al resto del mundo, porque indudablemente tienen muchos aspectos buenos y dignos de admiración, pero que persisten en su absurda tozudez de mantener dentro de sus sistemas penales la pena de muerte; como si ésta fuera la solución a alguno de sus problemas, cuando de lo que de verdad se trata es de una mancha imborrable y vergonzosa que los destaca y señala, hoy y en la historia futura, como el más potente y luminoso faro de mar, con una brillante luz de oprobio y vergüenza.
Todo ser humano (y duende), justo y racional, en todos los lugares de este mundo nuestro, debe de luchar y abogar, en la medida de sus posibilidades, para erradicar lo más pronto posible esta lacra social de las ejecuciones como castigo penal y así reivindicar a gritos la dignidad de la especie humana: ¡Justicia, sí! ¡Siempre! pero una Justicia para y por la vida.
“La última y definitiva Justicia es el perdón” Miguel de Unamuno (1864-1936).
- Castigo público del tahúr.
- La Justicia de los Hombres de Dios (III).
- Castigo y humillación pública del ladrón.
- Castigo del «baño» para el panadero ladrón.
- Interrogatorios de la Justicia en la corte Absolutista (no es tarjeta postal).
- Trabajos sociales y humillación pública del delito.