MIS LECTURAS: LOS VIEJOS MARINEROS. De Jorge Amado (1912-2001).

Hola a todos.

La maravillosa novela que hoy tocamos es una preciosa narración que encanta y entretiene, enriqueciendo nuestro bagaje cultural de manera incuestionable.

MIS LECTURAS: LOS VIEJOS MARINEROS. De Jorge Amado (1912-2001).

«<<Señor Aragaozinho>>… A lo largo de todo el día seguía oyendo la odiada partícula, doliéndole como una bofetada, como un mote. Lo humillaba hasta lo más hondo del alma, se sentía rojo de vergüenza, bajaba la cabeza, la fiesta había perdido para él todo placer, le habían estropeado el día. ¡Qué le importaba todo el dinero de que podía disponer, la simpatía que tantos le mostraban, la amistad de figuras importantes, si no era realmente uno de ellos, si había algo que los separaba, estableciendo entre ellos una distancia! De Los viejos marineros.

Jorge Amado en faena.

Jorge Amado en faena.

Algunas de sus obras destacadas:

–          El país del Carnaval (1931).

–          Cacao (1933).

–          Tierras del sin fin (1943).

–          Gabriela, clavo y canela (1958).

–          LOS VIEJOS MARINEROS O EL CAPITÁN DE ULTRAMAR (1961).

–          Tienda de los milagros (1969).

–          Tieta de Agreste (1977).

–          De cómo los turcos descubrieron América (1994).

Empezaremos con una pequeña biografía, extraída de la red.

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Capitanes de Altura.

Jorge Amado nació el 10 de agosto de 1912 en una familia acomodada de hacendados de Itabuna, población situada al sur del estado de Bahía, en Brasil. Cursó sus estudios secundarios en Salvador de Bahía, capital del estado, y muy pronto empezó a realizar trabajos para los periódicos locales y a participar en las tertulias y vida literaria de la ciudad, siendo uno de los fundadores del grupo de intelectuales conocido como La Academia de los Rebeldes. En 1933 se casó con Matilde García Rosa, y ese mismo año nació su primera hija, Lila. En el año 1935, con 23 años, se licenció en la Facultad Nacional de Derecho de Río de Janeiro. Por esta época se afilió al Partido Comunista de Brasil (PCB) y, por este motivo, se vio obligado al exilio en Argentina y Uruguay durante los años 1941 y 1942. En 1943, al regresar a Brasil, se separó de su primera mujer.

El viejo marinero.

El viejo marinero.

El año 1945 fue un año determinante en su vida. Ese año fue elegido diputado a la Asamblea Nacional Constituyente de Brasil por el PCB y, ejerciendo sus funciones de diputado, contribuyó a la redacción de la nueva Ley que aseguraba la libertad de culto religioso en Brasil. Este mismo año se volvió a casar en segunda nupcias con la también escritora Zélia Gattai. Pero el río de la vida no suele mantener nunca un caudal regular. En el año 1947 nace Joao Jorge, su primer hijo de Zélia, y también es ilegalizado el PCB. Sus miembros fueron perseguidos y encarcelados, esto obligó de nuevo a Jorge Amado a marchar al exilio, esta vez en Francia, donde se quedo hasta 1950. En 1949 murió su primera hija Lila, a la edad de dieciséis años. Entre 1950 y 1952 vivió en Checoslovaquia, donde nacería se segundo retoño con Zélia: su hija Paloma.

Jorge Amado, ya sabio.

Jorge Amado, ya sabio.

En 1955, definitivamente, vuelve a Brasil y, sin dejar de militar en el PCB, se aleja de la política para centrarse por entero en su labor de escritor. La literatura de Jorge Amado, por su ideología personal, mantiene siempre un compromiso con los pobres y marginados sociales: los obreros, campesinos, mendigos o mujeres de la calle serán, en muchas ocasiones, sus personajes favoritos y sus héroes protagonistas. Fue elegido miembro de la Academia Brasileña de las Letras el 6 de Abril de 1961. Además nuestro escritor de hoy a recibido en vida multitud de reconocimientos, por citar algunos: Premio Stalin de Paz (1951), Premio Latinidad (Francia, 1971), Premio Pablo Neruda (Rusia, 1989), Premio Luis de Camoes (Portugal-Brasil, 1995), Premio Ministerio de Cultura de Brasil (1997), además de títulos (¡ay, títulos!) de Doctor Honoris Causa de las Universidades de Brasil, Portugal, Israel, Italia y Francia. Jorge Amado murió el día 6 de agosto de 2001, fue incinerado, y sus cenizas fueron enterradas en el jardín de su casa. Como vemos, todo un gran personaje de las letras portuguesas y un intelectual de los más ilustres de la cultura brasileña. Un intelectual humanista de los que no solo enriquecen y enorgullecen a su propio país sino a la humanidad entera, pienso.

Pipa de espuma de mar.

Pipa de espuma de mar.

Hoy día las Universidades en España, y en general en casi todo el mundo civilizado, ya no son club privados restringidos a las clases más pudientes y acomodadas (aunque todavía existen hoy día universidades elitistas, claro). Hoy acceden a ellas muchos de los jóvenes estudiantes de las clases medias/obreras; ya sean mediante el mayor número disponible de becas estatales (otorgadas por méritos y nivel de renta) o por créditos para la educación (amortizables con la ganancia del ejercicio de la carrera una vez finalizada) o de cualquier otro tipo de subvenciones disponibles. De una u otra forma, es constatable y conocido el claro incremento del número de alumnos universitarios, producto este aumento de los nuevos tiempos más democráticos y progresistas y porque todos deseamos una mejor formación para nuestros hijos, mejor, a  ser posible, a la recibida por nosotros (no es otra cosa que progreso, familiar y cultural, vamos).

Sextante.

Sextante.

Pero, reflexionado, lo que creo que nadie discutirá es que, a pesar del gran aumento de alumnos universitarios, se siguen dado la inevitable dicotomía de buenos alumnos, con vocación sincera y con esfuerzo sostenido (aunque, en algunos supuestos, ya sea una exigencia personal inevitable por la necesidad de renovar las imprescindibles becas solicitadas) y  los malos alumnos, sin ninguna sincera vocación. Estudiantes estos últimos inducidos u obligados por la tradición familiar y mantenidos, contra viento y marea, contra suspensos y repeticiones, por los papás, que se lo pueden permitir y lo aceptan con resignación. Estudiantes que terminan carreras de cuatro o cinco años en diez o más años, y, en muchos casos, con nota media de aprobado ramplón, lo que, en términos académicos, quiere decir que han asimilado la mitad de lo enseñado, lo justito para obtener su deseado título y poder ejercer de reconocido y meritorio licenciado de por vida. Con el agravante, en muchos casos, de que luego ni ejercen ni practican lo estudiado y se dedican a otras actividades que nada tienen que ver con los estudios recibidos; pues, era obvio, no tenían verdadera vocación ni deseos de ejercer en el futuro, por mucho que se engañen a sí mismo y a lo demás. En estas ocasiones, para ser sinceros y habría que reconocerlo, las universidades derrochan talento y dinero de forma inútil y manifiesta, creando una tropa inevitable de licenciados fantasmas o, lo que es peor, licenciados ineptos, que sólo estarán pendientes del enriquecimiento rápido y avaricioso, bajo la ley del mínimo esfuerzo. Pero, claro, no encontraremos ni a uno solo de nuestros profesionales universitarios que se auto encuadre en ese segundo grupo de instruidos incompetentes o casi inútiles. Todos manifestarán y se verán posicionados en aquel primer grupo de profesionales vocacionales y  esforzados, sean cuales sean las circunstancias manifiestas de su currículo estudiantil y aunque no hayan ejercido su profesión jamás. Pero, qué duda cabe, y por mucho que se me digan no acepto otra cosa fuera de esta evidencia, malos estudiantes y malos profesionales, haberlos, haylos.

Brújula.

Brújula.

En fin, tal vez diga ahora una estupidez y se rían ustedes un poco de este ignorante duende (que no es universitario ni tiene licenciatura alguna, lamentablemente. Me considero educado en la escuela de la vida. De la vida mágica de Ávalon), pero yo creo que las carreras debían de ser “renovables”, como el carnet de conducir; que debería de existir una especie de ITV de licenciados. Es decir, que los universitarios no obtengan el título de forma vitalicia, sino que cada doce o quince años, deban de volver a la Universidad a homologar su título y sus conocimientos. No a examinarse, sino a demostrar mediante documentos o hechos que han ejercido su grado y han sido útiles a la sociedad en la materia para la que se prepararon y por la que se les financió la educación superior (en la mayoría de las ocasiones, con dinero del erario público). El que pueda demostrar su valía en el ejercicio de la profesión y avale sus años de experiencia, pues fenómeno, a continuar, y el que no, debería de reciclarse o actualizarse mediante algún tipo curso posterior si desea seguir perteneciendo a su gremio profesional.

Carta marina.

Carta marina.

Hoy día, todos los sabemos, hay doctores que son políticos, abogados que son periodistas, ingenieros que son camioneros, arquitectos que son empresarios, o profesoras que son amas de casa, y así  un largo etcétera. Podríamos alegar que es la propia vida la que nos empuja a otras actividades distintas para las que nosotros nos habíamos preparado, pero entonces, ¿A quién le preocupará estar registrado como titulado en Medicina, Periodismo o Derecho, si nunca va a ejercer? ¿Por las apariencias? La valía personal se demuestra en el día a día, y aquí es donde se ven claramente todas las evidencias personales. ¿Para presumir de un meritorio esfuerzo pretérito? La inteligencia es la cualidad más evidente y manifiesta en el trato entre los humanos, no hace falta ningún documento que la avale, pienso. ¿Para qué quieren estar registrados en el Colegio Oficial de Arquitectos, Médicos o Abogados, si nunca tendrá que usarlos?, no es muy lógico, ¿verdad? Alguien que durante doce o quince años no he ejercido de médico, arquitecto o ingeniero, ¿puede tener el derecho de llamarse así, únicamente por tener un bonito título enmarcado, desde hace un porrón de años, en alguna pared de su casa? Una carrera universitaria siempre, al licenciarnos con nota,  nos dará un título que nos avala para ejercer y, se acepta, el reconocimiento público de un elevado grado de inteligencia y de capacidad cognoscitiva, pero, profesional cualificado sólo lo seremos con la experiencia y el ejercicio profesional continuado y nunca dedicándonos a otros menesteres o profesiones distintas a la estudiada, por mucho que se quiera presumir de licenciatura; otra cosa es vanidad, pura y simple vanidad humana.

Astrolabio.

Astrolabio.

Pienso, que un estudiante forzoso y sin vocación, que supiera que su título no iba a ser vitalicio, tal vez no perdería el tiempo en una actividad estudiantil desagradable para él e impuesta, y trataría de encauzar su futuro de forma más racional y acertada. Y, por esta parte, así sí se establecería un filtro racional y lógico en nuestras universidades. Estudiantes, sí, siempre por la docencia y la formación superior; becas, también, cuantas más mejor, pero buenos estudiantes vocacionales y entregados de forma clara y manifiesta al conocimiento y al estudio, al aprovechamiento sincero de  la educación impartida por profesores y tutores (y esto creo que casi  siempre se podría ver y saber de forma previa, por mentores cualificados, con tan solo una entrevista personal al comienzo del curso o, como mínimo, al comienzo del segundo año), pero sin consentir ni tolerar a mimados y aventajados consentidos, y mucho menos cuando su única ventaja es el dinero de papá.

Los viejos marineros.

Los viejos marineros.

En suma, formar estudiantes que, al segundo año, ya se intuye o se aprecia que no van a ejercer sus carreras nunca, pero que sí manifestarán y lucirán en cuanto puedan sus preciados títulos vacíos de contenido, nos parece una  incongruencia cultural y un despropósito social.  Porque, para terminar, prepararse en la vida para algo que no se tiene verdadera vocación y que cuesta gran cantidad de dinero y un elevado esfuerzo docente prologando en los años, que puede terminar, casi con toda seguridad, en un derroche inútil de costos y esfuerzos colectivos, es irracional, un hipócrita ejercicio social de pura apariencia, en buena parte, una costumbre clasista. Y de esto, de apariencias y vanidades, va el libro que hoy quisiera recomendar.

Portada Los viejos marineros.

Portada Los viejos marineros.

Los Viejos Marineros es una novela preciosa que nos garantiza un tiempo de lectura grata, amena y enriquecedora (mi relectura: en edición del diario El País y traducción de Basilio Losada). El protagonista de la novela, Vasco Moscoso de Aragón, “Seu Aragaozinho”, se nos presenta como un joven que supuestamente lo tiene todo en la vida para ser feliz (y que es envidiado por su peña de compadres, todos ellos calaveras y noctámbulos impenitentes), es un joven crápula, afable, apuesto, sano y rico. Pero, ¡ay!, se siente incompleto, distinto a los demás, y obsesionado febrilmente hasta la enfermedad por su particular fijación. Le falta, en su opinión, algo fundamental e irrenunciable para poder llevar una existencia completa y satisfactoria. De la realización, consecución y desenlace de esa obsesión personal tratará la trama argumental de la novela. Pues la narración nos cuenta la importancia de las fatuas apariencias en la sociedad civil y la tremenda vanidad a la que puede llegar el ser humano, superlativa en algunos casos hasta cambiar de forma inexplicable y absurda la existencia de las personas. Pero, al final de la obra, el autor nos hará reflexionar sobre “la verdad” del asunto y nos plantea la duda, porque nunca sabremos que es más verdadero y determinante en la vida de las personas: ¿la realidad cotidiana o las fantasías personales?  Y el final (¡ay, el final!), es uno de los finales más asombros, maravillosos e inesperados que este duende recuerda de entre todas sus lecturas.

¿Con cuántas amarras, comandante, amarramos el navío al muelle?

¿Con cuántas amarras, comandante, amarramos el navío al muelle?

Jorge Amado no nos ofrece una narración lineal. En una primera parte se nos presenta a nuestro protagonista ya mayor y jubilado, recién desembarcado en el tranquilo barrio de Periperi de Salvador de Bahía.  En una segunda parte nos cuenta los antecedentes de su historia personal, y en la tercer parte el desenlace. Pero, eso sí, la narración está magistralmente escrita, con una prosa bella, rica y fluida, por la que navegaremos plácidamente sin ningún tipo de problema, sin necesidad de ser avezados Capitanes de Altura, nos deslizaremos por ella hasta caer rendidos a su magia, os lo garantizo; es una lectura muy fácil de afrontar pero también muy hermosa. Toda la novela está escrita en un tono de inteligente ironía y fino humor, pero que, en todo momento, nos hace saber y conocer “la verdad”, por lo que nosotros estamos en condiciones de participar, tomamos parte en la novela y por esta causa, yo por lo menos, se disfruta con placer y grata ansiedad. En mi modesta opinión, una gran novela y, de cualquier forma, opino que alguien como nuestro admirado Jorge Amado no podía faltar en el Scriptorium. Estaréis de acuerdo en ello, ¿no? En fin, que este duende opina que los seres humanos deberíais de realizar sinceramente y más a menudo ejercicios de autocrítica y aceptaros como sois, cada uno con sus virtudes o defectos y limitaciones, intentar dejar de lado a la estúpida vanidad y tomar como lema personal uno muy conocido y antiguo, pero no por ello menos cierto y apropiado: Carpe diem.

Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad”. Jorge Luis Borges, escritor argentino (1899-1986).

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